Dejar que las cosas tomen su tiempo

De impaciencia, prisas y prioridades
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Para mí es todo un reto hablar y ¡mucho más escribir! sobre el tiempo que las cosas necesitan, porque -inevitablemente- el primer concepto que me viene a la cabeza es «paciencia»…

No sé si es una de esas etiquetas o creencias limitantes que han hecho de mí una persona impaciente, o es el ritmo actual de la vida, que te envuelve en la cultura de la inmediatez. Pero la realidad es que sí, me cuesta dejar que las cosas tomen su tiempo. 

Hace tiempo tuve oportunidad de leer la historia de un psiquiatra que se negaba a seguir dando medicación a aquellos pacientes que no tenían ningún problema, pero que la necesitaban para adaptarse y sobrellevar el ritmo frenético y nivel de exigencia impuestos en la sociedad actual. Venía a decir algo así como que el problema no lo tenía la persona, sino la sociedad.

El ritmo es tal que, quizá, muchos de nosotros no hayamos tenido la ocasión ni de parar a cuestionárnoslo. O sí, y la conclusión sea que «es lo que hay» y que estamos en la era de la inmediatez; que todo va muy rápido y que, si no te subes en marcha, te quedas fuera…

Sin embargo, seguro que si a todos -por pocas nociones que tengamos- nos preguntan por cómo funciona el cultivo de un tomate, contestamos que para que la semilla brote, necesita calor y agua, protegerla de las aves y conejos, y un suelo fértil, aireado, profundo y de tipo arenoso-lómico… bueno, esto último sólo lo sabrán quienes cultiven tomates… ; Pero, de lo que estoy segura es que nadie se cuestiona que un tomate, para crecer y madurar, necesita tiempo. Pero no «tiempo» en general, ese tiempo que nos falta y se nos va de las manos. El tomate necesita «su tiempo». Porque el tomate para que nos lo podamos comer, necesita que respetemos su ciclo. El suyo.

¿Cuál es el problema, entonces, con el ritmo al que vivimos?

Crecimientos económicos en las empresas de un veinte por ciento anuales… ¿son sostenibles? ¿a cambio de qué?

Niños cargados de actividades lectivas y de ocio con padres y madres haciendo «el pino puente» cada tarde para llegar a unas y otras ¿para qué?

¿Y si paramos un momento ¡sólo uno! y pensamos en el ciclo de las cosas? Quizá, entonces, esa etiqueta de «impaciente» se despegue y caiga sola.

Las mareas tienen su ciclo, la luna tiene su ciclo, la reproducción tiene su ciclo. Y nadie se pone nervioso porque nadie pretende cambiarlo. Porque entendemos que la naturaleza tiene su propio orden y lo respetamos, lo asumimos y, si lo observamos, lo disfrutamos.

Sin embargo, los objetivos de crecimiento económico los ponemos nosotros.

Los programas de prospección comercial los hacemos nosotros.

Los rankings de ventas, los publicamos nosotros.

A las extraescolares, somos nosotros los que apuntamos a nuestros hijos.

Sí, lo sé, tú no pones los objetivos de ventas, y tu hijo quiere ser futbolista profesional. Pero, ¿no es paradójico que aquello en lo que podemos influir, sea lo que nos «trae de cabeza»?. O, ¿será que nos trae de cabeza porque, al poder influir en ello, estamos permanentemente autoexigiéndonos por aquello que nos dijeron de pequeños: «siempre puedes un poco más»?

En cualquier caso, lo que sí depende de nosotros es parar ¡sólo ese momentín!, el justo para darse cuenta de que todo tiene su ciclo, todo tiene sus plazos y, si no los respetas… te vas a comer el tomate verde. 

Sólo para. Apaga el ruido y disfruta del rayo de sol sobre el tomate. Apúntate al movimiento «slow life» y priorízate a ti, que no significa que renuncies o reniegues de esta sociedad. Simplemente, implica saber adaptarse a los ritmos naturales de las cosas y a los tuyos propios. Resitúa conscientemente el descanso, la alimentación, las relaciones personales y con la naturaleza, el ejercicio físico, y adopta una actitud desacelerada ante la vida.
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Charo Cortés
Economista,
Organizadora Profesional, Fundadora de LHG